viernes, noviembre 19, 2004

DE AUSENCIAS Y HUELLAS DE VOCES

Jacques Derrida, al referirse a Próspero Mallarmé, decía que este deseaba acosar la significación allí donde se produjera la pérdida del sentido: un texto literario traduce las cosas en signos y de alguna manera, cada vez que los inscribe en una lógica narrativa, va haciendo desaparecer tanto al sentido de las cosas y su funcionamiento por algo simulado. El problema es que nosotros pensamos que en el texto se inscribe el sentido. Derrida, por el contrario, alerta que la significación hace su aparición tratando de enfrentar a esa creencia y, por lo tanto, al mismo vacío de sentido que trasluce alguna obra literaria.

Entonces, en el interior del libro, se constata que hay una ausencia necesaria, indecible, velada. La obra literaria, en efecto, no debe tener más referencias ya que estas constituyen un peligro al tornarse en fantasmagorías que, por la fuerza de su halo, se hacen traducir. La primera ausencia que se debe circunscribir o lograr al escribir un texto en Derrida es, de este modo, a la referencia. De esto se deriva una consecuencia: una obra debe crear, pero no algo nuevo en sí, sino un sentido nuevo en la interioridad del lector.

La segunda ausencia es la del autor. Es necesaria, es importante y casi obligatoria. Derrida plantea que el borramiento del autor si bien es un accidente a la par es la naturaleza de la obra literaria. Cada libro debería, en efecto, constituirse en una tumba del escribiente. Y no en términos de un sepulcro, como se podría pensar, sino en sentido de que cada vez que las palabras, de los nombres que inscriben estas, van ordenándose o van imponiendo su propia presencia, el autor va constituyéndose en una omisión. Tumba en sentido de "hinchazón" (como lo dice su etimología), es decir, en términos de que una obra de versos, como lo planteara Mallarmé, a la vez inscribe una "operación" que elimina, que reordena, que omite, que produce algo. La productividad de un texto está en directa relación con la desaparición del progenitor.

La ausencia autor, por lo tanto, es desde ya más obligatoria en el poema. En éste no interesa más quien escribe, sino su ruptura con lo dado. El mismo poema es una ruptura que funciona por una voz interna: son las mismas palabras que se pronuncian a sí mismas (o que se hacen pronunciar necesariamente).

Y habría, a la vez, una tercera ausencia: las de los sentidos de las palabras. En el poema las palabras y su ordenamiento no deben organizar al sentido, más bien deben desbocar sus sentidos dados para producir otras palabras, quizá esas que deben ser acuñadas. Gigantesca empresa alquímica entre un orden estético y uno económico. Mallarmé sugiere que las cosas sueñan su sentido y que la gente entra en su dinámica. Mas la operación poética tendría que quitar el sentido unario, reducir las palabras y las cosas a nuevas cosas y nombres. Un ejercicio que supone convertir las piedras no en oro, sino en humildes instrumentos de creación.

Lázaro Valdelamar nos propone en su texto poético una primera desaparición: la suya. La que hablará en su texto es la memoria. Una memoria que según él, es "ala solitaria", evocadora de la geografía de un cuerpo que, por otro lado, pertenece a alguien cuya sombra es ahora palabras… ausencia.

Valdelamar desaparece. Hay que reconocerle la humildad con que lo reconoce (de hecho, eso es lo que además más admiro de él, su humildad que muestra la grandeza de su humanidad). Deja que su texto fluya, se escriba, es decir, establezca una escisión con el autor. Él se deja escindir por el texto. Dicho texto esculpe el poemario para otros, nosotros, presos del tiempo, podamos ser atrapados por su fuerza. Por algo escribe él:

"Si los poemas sin título soñaran con uno / este poema soñaría, hasta tenerlo / tu Nombre".

El poema liberado en su devenir, como esas grandes esencias que vagan a través de los tiempos, siempre está necesitado de ubicarse, de localizarse como Cosa diferente.

Pero además el libro de Valdelamar habla de ausencias. No sólo de la ausencia consciente y real del autor, sino de otras: de los hijos que al Tiempo se le mueren, como dice en algún verso, de los piratas y de los dioses que pueblan la fantasía y alimentan la niñez, de la amorosa sombra, de Dios que termina huyendo, cual siervo, luego de herir el cuerpo del poeta. Todas estas y otras son imágenes fragmentarias de un universo de referentes que no se necesitan ni siquiera preguntar por su real existencia. Lo que importa es saber, en efecto, si ellas despiertan la significación derridiana. Por lo menos para mí, la operación del texto poético de Valdelamar es sugerente, seductora, fuerte o potente. Me induce a meditar, a contemplar un mundo interior que a la final es la de quienes aman la vida no tanto por sus concreciones, sino por las huellas que aún faltan descubrir y seguir. En este contexto, pienso que el poema que explicita la real ausencia del referente y al mismo tiempo que denota lo que aún con su sombra a cuestas, lo que está vivo en un otro sentido, es ese donde la palabra que la invoca, al ser subsumida, a la final es la que me lleva a meditar. El poema se llama "Soledad", pero habría que leerlo de este modo:

"Soledad / Toda la belleza que dejaste por rastro".

Pura poética de la palabra, pura poética de la huella, pura poética de la significación. Y lo más interesante del caso, es que a la final hace que nosotros la digamos (o la pronunciemos). El ejercicio es sígnico. Una alquimia.

La tercera ausencia es la de las propias palabras en su sentido específico. Valdelamar se encarga primero de decirnos lo obsceno de la presencia de las mismas palabras. Dice él (y creo que a nivel estético, el poeta juega siempre con todos los título los que deben ser leídos como textos, es decir, tienen que se entendidos como fragmentos que se extienden en el universo propio del poema). Así, escribe:

"Obsceno / Sangrantes, bien empacadas, / al vacío, / palabras hay en la escritura, / como carne en los supermercados".

Una vez que ha constatado esto, aunque Valdelamar no acuña, hace que la palabra juegue caprichosamente a su destino, como en un vaivén de sonidos. De hecho, lo que interesa en el poemario de Valdelamar es la musicalidad de los sonidos, de los aires, del mar, de las voces, de la interioridad de quien se deja escribir. Toda "palabra", como dice su etimología, en el fondo no es más que una "parábola", es decir, es un paralelismo o una yuxtaposición entre lo que expresa y lo que nos lleva a describir de ella. Un ejemplo (y quizá esto hay que manejarlo más en la lectura silenciosa que en el habla):

"A la deriva de mí, arrojado a tierra
lejos alta
de la marca
de tu cuerpo".

La palabra ausente es la de la tierra colombiana a la que pertenece Valdelamar. Su lejanía es alta. El libro testimonia apenas la marca de esa ausencia, pero no puede decirla mayormente porque eso está más en el cuerpo y en el sentir de quien lee. A la final, ¿Acaso nosotros tampoco no usamos palabras, no empleamos parábolas, para expresar nuestra siempre ausencia del lugar del que procedemos?

Pero en el mismo verso también hay una otra cuestión que también se hace viva: está la tierra, lo no sumergido, que es finalmente la del cuerpo, el nuestro. Si Valdelamar dice que uno es arrojado a la tierra de un cuerpo otro, a la final, pretende que ese otro, repito nosotros, nos liberemos en el sentido que abre. Por algo el cuerpo es esencialmente sentido: sólo se puede conocer algo si se lo siente y sentir a la vez es establecer significar, es decir, dar sentido, procrear.

Y quizá habría que decir una cosa última. Como a todo ser humano que se precie como tal, lo que le hace en sí, son la serie de ausencias que le definen. Sólo el tiempo y la distancia sabe que esas ausencias hacen el sentido de la vida de las personas. La ausencia es esencia. Dicho de otra manera, la palabra "ausencia" deriva de otra palabra "esencia"; una y otra están ligadas, conectadas: ambas dicen lo mismo, son un hecho del Ser. Valdelamar escribe un diario poemático para volcar allá las ausencias, es decir, las esencias de su Ser, pero sobre todo la esencia de lo que está más allá de él: su hermana a quien le dedica el libro, a su madre cuya sombra sigue latiendo en el transcurso de las palabras.

Por algo el libro se llama "Geografía de ausencias". Si hay que hablar de una geografía es en tanto de que el poemario traza, realiza un mapa, establece unas coordenadas. Y más que ello, el mismo libro es un territorio en el que están latentes los sentidos… en definitiva, es el lugar desde el que se lucha para que las palabras no queden en el vacío.

Iván Rodrigo Mendizábal